Cartas para enamorar
@chefjuanangel
-¿Y este maletín? Nunca lo había vistooo-
Debajo de la cama, justo del lado izquierdo, había una pequeña maleta cerrada bajo llave, cubierta de polvo; al parecer no se había tocado durante años...
-A veeer, a ver, una de estas llaves debe ser... sí, esta parece que le va quedar- Tomé un mazo de llaves de la primera armella que tenía el llavero colgado junto a la puerta del patio y corrí desesperadamente a la recámara de mis papás -Mmmmmta, no es, ¡chinteguas!-
-¿Juan Ángel qué estás haciendo en el cuarto?-
-Nada mamá, se me cayó una pelota debajo de la cama-
Entre la curiosidad y desesperación, golpeé la cerradura del maletín y esta se levantó -Aaaaaachú, achú, achhhhhhhú- el piso y la colcha se llenó de polvo mientras con ambas manos abrí la pequeña caja color verde grisáceo -¿Sobres? ¿Por qué hay tantos sobres?- con las manos moviéndose velozmente empecé a escudriñar entre cada sobre -Ignacio Vásquez Calles, Guaymas Sonora... Águeda Encinas, domicilio conocido San Pedro de la Cueva ¡Estas parecen cartas!- elegí una al azar, levanté la pestaña y al sacar la hoja con letra cursiva, salió volando un pequeño papelito color plata -¿Qué estás haciendo Juan Ángel?- Levanté la mirada mientras estiraba las piernas cruzadas sobre el piso -¡Ya te he dicho que los niños no deben ver las cosas de los adultos!- dijo mamá mientras se agachaba para quitarme el sobre de las manos, volteó buscando el papelito plateado, lo tomó con delicadeza y lo llevó a su nariz -Este seguramente era de canela, todavía huele allá en lo lejos- susurró con los ojos cerrados y una sonrisa de oreja a oreja -¿Por qué huele a canela, mamá?- Ella tomó el maletín, le sopló fuertemente, lo puso a los pies de la cama y empezó a sacar sobre por sobre, la mitad de ellos tenía un papelito plateado.
10 años antes...
-¿A dónde vas a enviar esa carta?-
-A Guaymas-
-Son 5 pesos-
Aquella carta expresaba el gran amor que Águeda sentía por Nacho, en palabras muy propias y con exagerada seriedad, hacía notar su gran desesperación por verlo nuevamente.
-Ay espéreme Chico, verá, se me olvidó ponerle algo al sobre- dijo la enamorada al cartero; tomó el sobre y lo despegó con mucho cuidado, sacó un chicle de su bolsa, lo metió al sobre y lo cerró nuevamente con bastante saliva.
Águeda era cocinera de turistas norteamericanos que llegaban a pescar a la Capital del Mundo, quienes le regalaban chicles gringos de menta, canela y yerbabuena, mismos que guardaba sigilosamente para compartirlos con su amado dentro de los sobres que iban cargados de amor. Cuando Nacho recibía la carta: la abría, sacaba el chicle; lo olía, desenvolvía y masticaba mientras leía lentamente cada palabra escrita por Águeda; al final, tomaba una hoja de papel, escribía su contestación y ponía de vuelta el papelito donde venía el chicle, la señal más tangible de que la carta había sido leída y disfrutada.
Durante muchos años, a principios de los setentas, existió en la Capital del Mundo la tradición de llevar chicles a la novia como muestra de afecto y cariño; todos los caballeros iban a la tienda de Juanillo o Manuel de Tino por dos paquetitos de Canel´s "de tablillita" para entregar a la mujer amada en cada visita que le hacían durante el noviazgo. Dicen que el chicle era el pretexto perfecto para tocar la mano de la novia y quizá propasarse un poco dándole un abrazo, otros aseguran que eran para masticar y calmar los nervios, mientras que lo más pécoros lo usaban para robar un beso con aroma a menta. Pero en el noviazgo de mis papás, mi mamá rompió las reglas y ella surtía de chicles a mi papá, con besos sabor a canela.
Chef Juan Angel Vásquez - Licenciado en Periodismo y chef profesional, creador de contenidos gastronómicos para plataformas digitales