Columnas

¡Desayuno de ricos!

Aquel desayuno fue uno de ricos, tenía más de lo necesario... Lee la columna de @chefjuanangel
Tortillas Archivo

Por @chefjuanangel

-¡Amarren bien el catre!

-Mijito, ¿echaste las cobijas?

El pick up de Abelino, el tendero de la capital del mundo, iba retacado de ropa, un ropero, 4 cobijas San Marcos, una caja huevera llena de cachivaches, dos maletas y un catre de madera.

La travesía estaba a punto de iniciar, el reloj apenas marcaba las 5 de la mañana. Después de 2 largas horas de camino llegamos a Hermosillo, era julio del 1997.

-¡Yesenia despierta, abre la puerta!- gritaba Abelino mientras tocaba con fuerza la puerta de acero.

-¡Ya llegamos, aquí te traigo a Juan Ángel, el hijo de Nacho, con sus cosas- dijo con desesperación, pues tenía que bajar la pequeña mudanza para llegar temprano a la Central de Abastos y hacer las compras de su tienda para regresar al pueblo.

-Hooolaa, bienvenidos, pasen; el ropero lo vamos a poner en esta esquina, el catre a un lado del comedor y abajo las cajas- Yesenia me abrazó mientras daba indicaciones, por mi parte trataba de ocultar la tristeza apretando los ojos para que no brotara lágrima alguna. 

Era el primer día sin mis papás, fuera del pueblo, a punto de iniciar la preparatoria. 

-Mira mijito, apenas vamos a poner el gas, ve enseguida con Magda, es una vecina que te va hacer de desayunar, ya debes traer hambre. 

Con un poco de vergüenza seguí las indicaciones de Yesenia, quien a partir de ese momento me iba a "asistir" como estudiante foráneo; salí de su casa, giré a la izquierda en la esquina, había una pequeña casa de cartón en medio de un patio con pequeños árboles, flores y un piso de tierra escrupulosamente regado y barrido. 

-Pásale, buen día, tú debes ser Juan Ángel, siéntate- indicó Magda mientras encendía una estufa portátil de dos quemadores que tenía sobre una mesa hecha con sobras de madera. 

Tomé asiento mientras miraba asombrado: una estructura hecha a base de delgados barrotes de madera formaba techos y paredes que estaban tapizados de láminas de cartón negro, de esas cubiertas de grasa de petróleo (para evitar el paso del agua), sujetadas a los palos con decenas de clavos.

Tanto las paredes, techos, puertas y ventanas estaban fabricadas del mismo material, todo era color negro. 

A pesar de ser temprano, hacía un fuerte calor al interior, Magda se limpiaba frecuentemente el sudor con una toalla que sostenía en su hombro, mientras rompía unos huevos en una sartén y volteaba un par de tortillas de harina hechas al momento. 

Luego limpió la mesa, espantó un par de moscas con el trapo y me sirvió un plato que tenía huevos revueltos, una buena porción de frijoles machacados y encima dos tortillas medianas que aún tenían restos de harina en la superficie y un aroma que mitigaba no solo el hambre, también la tristeza de estar lejos de casa. 

En todo momento, Magda estuvo atenta sirviéndome café, trayéndome salsa y pasándome más tortillas recién hechas.

-Fíjate qué aquí donde estamos va a ser un cuarto, acabo de comprar más cartón y vamos a ampliar la casa- me dijo llena de orgullo. 

Aquel desayuno fue uno de ricos, tenía más de lo necesario: compañía, comida sabrosa y preparada con amor, las mejores atenciones y un techo que me hizo valorar el de carrizo con láminas sostenido sobre paredes de adobe que había dejado en el pueblo. En ese momento entendí que la comida y el cariño no siempre es igual a lo que hay en tu cartera; por otro lado, me di cuenta que había tenido desayuno de rico durante 14 años y no me había percatado.

 

Chef Juan Angel Vásquez - Licenciado en Periodismo

y chef profesional, creador de contenidos 

gastronómicos para plataformas digitales

y embajador de marcas de alimentos.