El dilema de Claudia Sheinbaum
Manuel Valenzuela V.
Quizá no sería aventurado decir que Claudia Sheinbaum se sacó el tigre en la rifa. Al menos parece claro que pocos querrían estar hoy en su lugar, sobre todo después del triunfo de Donald Trump en los Estados Unidos. Complica aún más su situación la encomienda de López Obrador de continuar con la tarea llevar a cabo un "cambio de régimen" a través del llamado Plan C. La presidenta está literalmente entre dos fuegos; la presión de Trump y que le impuso de expresidente.
El tema es complejo y tiene, desde luego, muchas aristas, pero en esta nota quiero centrar mi comentario en el dilema que para Sheinbaum implica la relación con Trump y, al mismo tiempo, buscar la unidad nacional frente a la amenaza externa.
No va a ser nada fácil llevar una relación constructiva con el futuro presidente de los Estados Unidos. No lo está siendo desde ahora que Trump aún no asume formalmente su cargo y lo será más a partir del 20 de enero.
Sabemos que, como decía don Daniel Cosío Villegas, cada gobernante tiene un estilo personal de gobernar, y Trump tiene el suyo que es muy característico: golpear hasta derribar al adversario, y después negociar, una vez que el otro está de rodillas. Así debemos entender la amenaza de imponer un arancel del 25 por ciento a todos los productos que entren a Estados Unidos provenientes de México y Canadá.
Al día siguiente de tal advertencia, tanto Justin Trudeau como Sheinbaum ya bailaban al son que les empezó a tocar el magnate del norte. Uno tomó el teléfono esa misma tarde y se comunicó a la residencia de Mara-a-Lago y dos días después estaba cenando en compañía de la plana mayor de Trump. Ocasión en la que por cierto le explicó que Canadá no es México y, casi casi como diciendo que "yo ese cuate del sur ni lo conozco".
Sheinbaum por su parte, recurrió a la comunicación epistolar y escribió una carta a Trump (ya no supimos si la envió y mucho menos si recibió respuesta) explicándole con peras y manzanas cuáles son las verdaderas causas de la migración y diciéndolo que los drogadictos son los gringos y no los mexicanos, como si el problema fuera que el otro no entiende.
Además, no se quiso quedar atrás de Trudeau y tomó el teléfono y habló con el magnate en una charla que ambos calificaron de cordial y constructiva, pero que cada una de las partes la entendió a su manera. Trump dijo que la presidenta mexicana aceptó cerrar la frontera sur y ya no dejar pasar a más caravanas de migrantes, mientras la mexicana negó que haya dicho tal cosa, pero procedió a deshacer la caravana que venía en tránsito y nunca llegó a la frontera.
¿Qué hacer y qué decir frente a un personaje iracundo que, como la chilindrina, un día una cosa y al día siguiente dice otra? La verdad no tengo idea. Pero me tranquiliza no estar en el lugar de la mandataria. Por otro lado, y siguiendo con don Daniel Cosío Villegas, la presidenta mexicana es también es "de pocas pulgas" y no se quedó callada, lo cual -debo reconocer- que me gusta y alimenta mi ego de mexicano.
Por lo pronto, le dijo a Trump que le haga como quiera, pero que recuerde que nuestra guía está en el himno nacional, como citándole la estrofa que dice "más si osare un extraño enemigo, profanar con sus plantas tu suelo, piensa oh patria querida que el cielo, un soldado en cada hijo te dio". "Atríncate Matías" diría el Cuervito Zamora, o usando la no menos famosa expresión sonorense de "¿quieres más o te guiso un huevo mijito?" No pues con esa tremenda advertencia Trump ya debía de estar temblando, pero ¿qué creen? Ya sugirió que México y Canadá pudieran convertirse en los estados 51 y 52 de su país.
Pero ya volviendo a lo serio, qué difícil va a ser tratar con un personaje disruptivo como Trump. Por lo pronto la guerra mediática entre los mandatarios no parece ser el mejor camino. Cada uno le habla a sus propias audiencias y las declaraciones pueden disfrazar una confrontación de egos que compliquen las cosas. Quizá un buen comienzo sería acordar no hacer pronunciamientos unilaterales y decir que los diversos tópicos de la relación bilateral y trilateral (Canadá incluido) se están analizando a nivel de grupos de expertos y que hay voluntad para seguir con una relación constructiva.
Hay buenas bases para seguir ese camino. En primer lugar, existen intereses de los tres países miembros del T-MEC para continuar con una relación comercial y diplomática constructiva que favorezca a las empresas y los consumidores. Para ello se requiere darse un trato de socios y no de rivales entre los dirigentes de los tres países. Desafortunadamente esto no está sucediendo con Trump y ya se le sumó Trudeau.
Por otro lado, sabemos que esto no se guía por los buenos deseos y que se debe basar en una visión compartida de los intereses comunes de los tres países y su lugar como región en un mundo complejo como el que estamos viviendo. En ese contexto, cada mandatario debe hacer su tarea para mantener una relación sólida.
A Claudia Sheinbaum le toca controlar las fronteras del país y atacar de fondo a los carteles de la droga que han actuado con absoluta impunidad en los últimos años. Tal parece que lo segundo lo empieza a hacer a juzgar por las acciones desarrolladas recientemente por Omar García Harfuch al frente de la Secretaría de Seguridad (decomisos importantes de droga y detenciones relevantes). De lo primero aún no está claro: cierto que detuvo la caravana migrante, pero no se sabe que esté trabajando para recuperar el control de la frontera sur que hoy dominan los grupos criminales.
De cualquier manera, todo apunta para que la relación con Estados Unidos será muy complicada por los próximos cuatro años. Será necesario buscar la unidad nacional para enfrentar los desafíos externos, sin embargo, continuar con la desarticulación institucional que implica sacar a "rajatablas" del Plan C de AMLO, implica caminar en sentido contrario. Ojalá que en algún momento impere la prudencia tanto en el frente externo como en el interno. No es fácil, pero la esperanza es lo último que muere.