Columnas

El héroe de hielo

Desde que tenía 16 años, la abuela Toña estaba enamorada en secreto de Matías, su héroe de hielo.
Hielo Archivo

@chefjuanangel

-¡Métanse, chamacos, se van a deshidratar!

-Virginia, tráete a tus hermanos.

-Ay, amá, ojalá que se derritan pa'que dejen de dar lata.

-Cállate la boca, Virginia Concepción-, gritó Carmela, su madre, mientras tomaba una bola de masa para bolearla y propinarle un golpe desde lejos a la chamaca majadera. 

-Ay, amá, me dolió mucho. 

-¡Federico, Benito, métanse de inmediato, se me van a insolar!

Eran las 12 del mediodía, el verano estaba justo a la mitad y en la calle Ramón Noriega parecía que el calor se intensificaba con aquella tierra rojiza y polvorienta de sus calles repletas de blancas casitas construidas con bloque y techos de lámina de cartón. 

Junto a un maguey gigante frente a la casa número 15, jugaban los dos pequeños que esquivaban el calor con las sombras de las delgadas pencas 

-¡Escuincles, ya métanse! ¿Cómo es posible que sigan jugando al raso del sol?

Carmela sudaba a chorros frente al comal que parecía moverse junto a las ondas de calor que se mecían sobre él. 

-¡Virginia Concepción, dale un vaso de agua a tu abuela, se nos va deshidratar!

Detrás de la ventana estaba doña Toña meciéndose en una poltrona y echándose aire con un trozo de cartón que agitaba lentamente con las pocas fuerzas que le quedaban a sus 85 años de edad.

El termómetro marcaba 45 grados centígrados.

-Carmelita, hija, ya deja de gritarle a los chamacos, ¿que no los ves jugando muy emocionados?

La abuela y los pequeños sabían algo que los demás desconocían.

-Mira, Federico, ¡ahí viene!

-No lo veo, Benito, ¿en dónde, en dónde?

-Mira, va dando vuelta al final de la calle.

Con las mejillas sonrojadas y sus ojos llenos de asombro, los dos pequeños permanecían inmóviles en medio de la calle, no podían creer lo que estaban observando. 

-¡Wow! Benito, mira la nave.

En medio de la polvareda apareció un transporte de color azul que parecía flotar sobre la calle.

-Mira, Federico, sí es, sí es, solamente tiene una pierna.

De un salto, salió un hombre del vehículo y tomó un bastón. 

-¡Benito, el bastón super poderoso!

Ambos estaban perplejos, ni siquiera podían parpadear. 

-Cierren la boca, chamacos, se les va meter una mosca, pregúntenle a su abuela si va querer hielo para el calor.

Federico y Benito corrieron a contarle a su mamá lo que habían visto. 

-Mamá, mamá, llegó el héroe de hielo y trae unos bloques gigantescos y congelados en su nave espacial.

Carmela abrió los ojos, secó el sudor de su frente y se dirigió a su madre que seguía refrescándose con el pedazo de cartón.

-¿Mamá, qué cuento les contaste anoche a los chamacos?

Desde que tenía 16 años, la abuela Toña estaba enamorada en secreto de Matías, su héroe de hielo, un vendedor que deambulaba por las calles, vendiendo hielo en su camioneta de color azul y, a pesar de no tener una pierna, se movía con maestría utilizando un bastón con punta de acero que utilizaba para romper el hielo y venderlo por trozos. Era 1960. 

-¡Hay hielo barato, llévelo que se acaba!-, gritaba por las calles del Palo Verde, en Hermosillo. 

Era tanto el calor que, si no apresuraba la venta, el sol acababa los grandes bloques que cargaba en su carro, mismos que compraba en la Hielería Veracruz.

El primer refrigerador funcional fue inventado en 1855, por el norteamericano John Gorrie, sin embargo, fue hasta 1923 que apareció a la venta el modelo eléctrico. En México se empezaron a vender en 1952 y solamente estaban al alcance de las clases altas. 

En nuestro país, casi 4 millones de hogares no cuentan con refrigerador en casa y quizá tampoco tienen una abuela Toña que les cuente historias para mitigar el calor antes de dormir.

 

 

Chef Juan Angel Vásquez - Licenciado en Periodismo y chef profesional, creador de contenidos gastronómicos para plataformas digitales y embajador de marcas de alimentos.