Columnas

Hungría y México, dos países y un destino

Hoy las democracias no sucumben ante golpes de estado, sino ante partidos y personajes que usan la democracia para llegar al poder.
Viktor Orbán, primer ministro de Hungría Especial
Manuel Valenzuela 09-09-2024

Manuel Valenzuela V.

El debilitamiento de las democracias y el ascenso de los populismos de derecha e izquierda, que se han extendido en el mundo al largo de al menos las últimas dos décadas, ha sido objeto de análisis de politólogos prestigiados de diversos países. El triunfo de Donald Trump en Estados Unidos en 2016 encendió las alarmas y, desde entonces, se han producido interesantes estudios de los procesos que llevaron a que la gente votara masivamente por opciones populistas no solo en Estados Unidos sino en varios países de Europa, Asia y de América Latina.

Dos destacados politólogos internacionalistas de la Universidad de Harvard, Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, han profundizado en el tema y publicado al menos dos libros de creciente interés. En 2018 publicaron "Cómo mueren las democracias" y en julio de este 2024 lanzaron su nuevo libro al que titularon "La dictadura de la minoría". 

Al primero ya he hecho referencia en otras notas, entre ellas en "La abdicación del Partido Republicano" que se publicó en este mismo portal en octubre de 2023. El segundo, aunque está enfocado a descubrir las raíces del comportamiento de los votantes de Trump, tiene un capítulo en el que hace un recuento de experiencias de otros países donde las democracias han caído a manos de gobiernos autoritarios que llegaron al poder por medio del voto popular. 

Me llama la atención el proceso de Hungría porque advierto similitud con lo que está sucediendo hoy en México. El presidente actual, Víktor Orbán, llegó al poder en 2010 aprovechando una crisis de credibilidad del entonces gobernante, el Partido Socialista Húngaro, cuando se dio a conocer una grabación donde el presidente de entonces reconocía que había engañado a los electores sobre el estado que guardaba la economía.

Víktor Orbán ganó con el 53 por ciento de la votación que obtuvo su partido FIDESZ, pero con una interpretación tramposa de un artículo de la constitución y la captura previa del órgano electoral, logró que su partido obtuviera poco más de dos tercios del parlamento, los necesarios para cambiar la constitución. Ese fue el inicio del colapso de la democracia húngara. Los lectores interesados pueden revisar el capítulo 2, páginas 70-75, del mencionado libro; también a Andrés Bozoki y Eszter Simon, "Two Faces of Hungary: From Democratization to Democratic Backsliding para un análisis detallado.

Una vez en el poder, Orbán lo primero que hizo fue purgar y reemplazar a los jueces, ampliar la Corte de 11 a 15 miembros y usar su mayoría en el parlamento para nombrar a los cuatro magistrados adicionales con personas afines. Además, aprobó una ley que cambió la edad de jubilación de los magistrados de 70 a 62 años, y que obligaba a los que cumplieran esa edad a jubilarse de inmediato. Mediante estás tácticas legales, capturó también al máximo tribunal constitucional.

Una tercera medida que tomó Orbán fue el control de los medios de comunicación. A la televisión pública, normalmente más imparcial e independiente, la convirtió en un órgano de propaganda y a los medios privados los subordinó a través de forzarlos a vender parte de sus acciones a empresarios amigos del presidente hasta conseguir el control de la línea editorial. A los que se resistieron les iniciaron procesos por supuestos incumplimientos en la declaración de impuestos y les impusieron multas desorbitadas. Al final casi todas las grandes cadenas húngaras de medios de comunicación se dedicaron a repetir la narrativa del régimen, y las que no fueron capturadas, recurrieron a la autocensura como estrategia de sobrevivencia.

   Adicionalmente, creó un Consejo Mediático supuestamente para vigilar que los medios no incurrieron en "ataques o insultos", pero cualquier crítica al gobierno ha sido considerada como un insulto por lo que este Consejo ha funcionado como una espada de Democles para los medios. El Consejo Mediático también dejó de conceder concesiones a medios y periodistas independientes. 

De acuerdo con el recuento de Levitsky y Ziblatt, todas las medidas que Orbán tomó para consolidar su poder fueron legales. No necesitó poner a periodistas en la cárcel, simplemente aprovechó su mayoría parlamentaria para cambiar las leyes y la propia constitución para moldearla a sus intereses. 

Con todos estos cambios, Orbán ha ganado las elecciones de 2014, 2018, 2022 y contando. De esta manera, la incipiente democracia húngara que empezaba a florecer después del largo invierno de gobiernos de un solo partido y subordinados a la desaparecida URSS ha sido desmantelada por Orbán y su partido usando mecanismos legales. Este es uno de los casos que ejemplifica que hoy las democracias no sucumben ante golpes de estado, sino ante partidos y personajes que usan la democracia para llegar al poder y luego la desmantelan para eternizarse en el mismo, ya sea con la misma persona o construyendo "segundos pisos" de las administraciones de su partido.

 Queda a criterio del lector si ve algunas similitudes en el proceso húngaro y el mexicano, pero todo parece indicar que ni AMLO ni Morena están inventando el hilo negro cuando capturaron los organismos electorales, ni cuando usaron una interpretación tramposa de la ley para convertir una votación del 53 por ciento en una representación de 73 por ciento en el Congreso (Igual a la de Orbán). Tampoco cuando intentan apoderarse de la Suprema Corte renunciando a los ministros actuales y sustituyéndolos por otros "electos" por el pueblo. 

Muchas de estas experiencias ya se han vivido en otros países, a veces envueltas de un ropaje ideológico de derecha y otras con uno de izquierda, pero el resultado ha sido el mismo: la muerte gradual de la democracia.     

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