La historia de mis privilegios
Por Germán Lohr Granich
El filósofo, político, escritor y periodista canadiense Michael Ignatieff, conocido por sus libros y ensayos acerca del Nacionalismo, Liberalismo, y Derechos Humanos, ganador reciente del premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales 2024 trae un artículo que vale la pena comentar.
Aparece en la revista Letras Libres de julio y se titula "La historia de mis privilegios", del que trataremos brevemente, aunque bien vale un pequeño rodeo para contextualizarlo.
Ignatieff lleva ya medio siglo de actividad intelectual en universidades de prestigio como Oxford y Harvard, al igual que en el ámbito de la política parlamentaria en Canadá como diputado.
Es y ha sido colaborador habitual en prensa y es un enamorado del periodismo sosteniendo que este no está en crisis pero que no debe convertirse en un arma de los partidos políticos, sino que debe servir para que los ciudadanos decidan libremente qué hacer.
El artículo del autor, en su inicio se plantea varias preguntas que vale la pena enumerar y son tres. La primera ¿Es posible ser un historiador de tu propia vida?
La segunda ¿Es posible verse a sí mismo como una figura en la multitud, como un miembro de una generación que compartió la misma porción de tiempo'?
Y finalmente, ¿Qué ocurre cuando dejo de utilizar "yo" y empiezo a utilizar el Nosotros?
Con estas interrogantes nos adentra el autor entre los años de 1940 a 1960, época que nos tocó presenciar a muchos de nosotros, los conocidos como baby boomers, siendo los testigos de las grandes transformaciones económicas, políticas y culturales del mundo.
Somos, señala, la mayor generación de nacimientos en la historia y en occidente constituimos en su momento más de la mitad de la población en su mayoría blanca.
Nos tocó también presenciar la creación de mayor infraestructura conocida, carreteras, autopistas, escuelas, universidades, aeropuertos, casas departamentos y un largo etcétera.
El transporte aéreo masivo encogió el mundo y las inversiones gubernamentales en computación de los sesenta llevaron eventualmente en la década de los noventa al internet, la computadora portátil, el equivalente de la biblioteca de Alejandría en los teléfonos de lo que hoy gozamos.
Sin embargo, esta época producto del envejecimiento llega a su fin por completo, y nos vamos encogiendo, señala el autor, lo cual es innegable.
De ser casi ¾ partes de la población total, ahora somos ¼ y nos vamos achicando o despidiendo, y como dice el viejo refrán todo por servir se acaba, es decir no hay permanencia voluntaria.
Hemos vivido tantos cambios disruptivos por tanto tiempo que todo para nosotros se ha vuelto banal, cito literalmente. Gracias, por ejemplo, a los hospitales y clínicas creadas por nuestros padres, los grandes avances están a la vista.
Enfermedades mortales ahora son padecimientos manejables y viviremos más tiempo que ninguna generación anterior, aunque la verdad no todo ha sido miel sobre hojuelas.
El boom de la posguerra se detuvo de manera brusca en los setenta con la crisis del petróleo y nos dejó luchando con un gran telón de fondo de inflación creciente y salarios reales estancados.
Por eso ahora nuestros hijos nos reprochan y responsabilizan por el mundo dañado que les vamos a dejar en materia de cambio climático, mal uso de recursos fósiles, etc.
Comenta Ignatieff, mi hija en su vida laboral ha sostenido entrevistas de trabajo tantas veces que ha perdido la cuenta, en mis 50 años, las cuento con los dedos de la mano, señala.
Aun con todo lo anterior nuestro grupo de edad está en proceso de transferir la mayor fortuna de la historia en bienes raíces, bonos, departamentos en playa, pinturas, a nuestros hijos y nietos.
Nos dejaron sus expectativas, pero no sus oportunidades señalan los jóvenes, pero hasta aquí los dejo, no sin antes mencionar que la riqueza del texto da para mucho más.
Finalmente creo que este escritor como diría Voltaire, sí tiene una pluma que incendia el papel en que se posa.
HE DIXI.