19/02/2024 13:42 / Uniradio Informa Sonora / Columnas / Actualizado al 19/02/2024
(Parte II)
Manuel Valenzuela V.
Como lo comentamos en la colaboración anterior, el nombre de J. Robert Oppenheimer quedó indisolublemente asociado al de la bomba atómica y al de la carrera armamentista que acompañó a la Guerra Fría que libraron los Estados Unidos y la Unión Soviética durante la segunda mitad del siglo XX. Sin embargo, poco se sabe de la posición política que tuvo este personaje frente a esta carrera y, particularmente, de su firme oposición al desarrollo de la bomba de Hidrógeno (bomba H), un arma termonuclear muchas veces más destructiva que la atómica, ni de las consecuencias que sufrió tanto por esa oposición como por haber sido un activista social en su juventud.
Oppenheimer fue acusado por un comité especial de la Comisión para la Energía Atómica (CEA) de ser un peligro para la seguridad nacional de los Estados Unidos, por mantener relaciones con miembros del Partido Comunista de ese país en su trabajo en Berkeley, quienes presumiblemente pudieron recibir y transmitir información confidencial sobre la bomba atómica a la Unión Soviética.
Las acusaciones nunca se probaron, pero de cualquier manera la CEA decidió retirarle las credenciales de seguridad en medio del escarnio público al que lo expusieron las acusaciones. En el proceso destruyeron el prestigio del científico que, al frente de un gran equipo de especialistas, le dio el poder nuclear a su país. Eran los tiempos del macartismo donde el anticomunismo era similar al del nazismo.
Oppenheimer: el Prometeo Americano
El libro "Prometeo Americano: el triunfo y la tragedia de J. Robert Oppenheimer" aborda con amplitud tanto la intensa actividad que tuvo este personaje dentro y fuera de los círculos gubernamentales en torno al debate sobre el uso de la energía nuclear y el posible control internacional de regulación de esta a través de la ONU, como el juicio que se le siguió en 1954 que terminó con el retiro de sus credenciales de seguridad y, con ello, de toda actividad dentro del gobierno. Lo primero se aborda en la sección cuarta del libro y el juicio en la quinta y última.
Una vez probada la bomba atómica, cuando la Segunda Guerra Mundial estaba ya por concluir y Hitler se había suicidado, hubo un amplio debate tanto en los círculos del gobierno como en la comunidad científica sobre si era o no conveniente usarla. La mayoría de los científicos se inclinaron por no usarla, o si se hacía, que fuera solo una prueba invitando a los japoneses y a los soviéticos, con el propósito de mostrar que se tenía ese artefacto, sin embargo, los militares y los altos círculos políticos decidieron usarla sobre una ciudad que, si bien tenía fábricas de armamento, éstas estaban rodeadas de población civil (Hiroshima). Oppenheimer se posicionó del lado de los científicos, aunque, una vez decidido el lugar, aceptó el hecho y ayudó en los aspectos técnicos del lanzamiento.
Los años siguientes, Oppenheimer defendería la posición de que el manejo y la regulación del uso (militar y civil) de la energía atómica debería pasar a control de una comisión internacional de la ONU para evitar la proliferación de este tipo de armas y evitar que se desatara una carrera armamentista entre las potencias ganadoras de la segunda guerra que amenazara con la destrucción del planeta. También se opuso firmemente a la construcción de la bomba de Hidrógeno que defendía abiertamente su colega, el físico Edward Teller, quien había formado parte del equipo de Los Álamos.
En los altos círculos políticos y militares, sobre todo en la administración del republicano Dwight Eisenhower, esta posición de Oppenheimer no fue bien vista y después lo acusaron de favorecer a los soviéticos con esa posición.
En plena carrera armamentista entre los antiguos aliados (Estados Unidos y la Unión Soviética), en medio de la Guerra Fría y de la histeria anticomunista que se desató en esos años en lo que se le llamó macartismo (debido a que la encabezó el senador republicano Joseph McCarthy), Oppenheimer fue llevado ante un comité especial de la Comisión de Energía Atómica y sometido a juicio.
Detrás de este proceso (que formalmente se le llamó investigación, no juicio) estuvo un personaje siniestro con gran influencia en el gobierno de Eisenhower y declarado enemigo político de Oppenheimer, Lewis Strauss, un empresario anticomunista que había sido ingeniero del ejército, y contó con la colaboración y complicidad de J. Edgar Hoover, el temible y casi eterno director del FBI, que proporcionó ilegalmente toda la información sobre la vida y relaciones personales de Oppenheimer, incluyendo a su esposa Kitty, que en un tiempo fue simpatizante del Partido Comunista de Estados Unidos.
El juicio que se desarrolló entre abril y mayo de 1954, jamás probó que Oppenheimer hubiera filtrado información del Proyecto Manhattan a nadie, mucho menos a la embajada soviética. Sin embargo, la Comisión decidió revocar las credenciales de seguridad de Oppenheimer y, con ello, excluirlo de cualquier otro proyecto del gobierno. Pero sobre todo puso en el ojo público información privada que solo mostraba que el personaje investigado había tenido amigos liberales y comunistas durante su estancia en la Universidad de California en Berkeley, pero no que hubiera filtrado información secreta a la URSS ni que hubiera sido miembro de ese partido. Sin embargo, esa investigación terminó con el prestigio de J. Robert Oppenheimer y el gobierno del país al que sirvió lo mandó al ostracismo político.
Fue así como en medio de la histeria pública provocada por el dogmatismo anticomunista del macartismo, el monstruo en que se convirtió el gobierno de EU en esos años se comió a su propio hijo, aquel que ayudó a construir la superioridad nuclear de la que entonces alardeaba. Fue hasta 1963, ya cerca de la muerte del personaje (Robert murió en 1967), el presidente Lyndon B. Johnson intentó reparar la injusticia que el gobierno cometió en su contra, cuando le otorgó la medalla Enrico Fermi al mérito científico, pero ya era tarde.
La tragedia de Oppenheimer arrastró también a su familia. Su esposa Kitty murió de alcoholismo, su hijo Peter terminó trabajando de albañil en Santa Fe, Nuevo México, y su hija Toni se ahorcó en 1977. Una verdadera tragedia que muestra lo perverso que pueden ser los dogmatismos de cualquier tipo.