Polarización, autocracias y democracia
Manuel Valenzuela V.
Desde hace varios años tengo especial interés en entender lo que sucede en la política de los Estados Unidos. No soy politólogo ni sociólogo, pero me gusta entender cómo actuamos los seres humanos en política, cuáles son las motivaciones que conducen a los ciudadanos a dar el voto, y con él la confianza, a determinado candidato y/o a un partido político.
Cuando por razones académicas viví en Estados Unidos percibí un fenómeno que luego se profundizó durante la presidencia de Donald Trump, y aún perdura en esa sociedad: la polarización política extrema y la exacerbación de las pasiones de los votantes. Tuve amigos que, aun siendo cónyuges, parecían odiarse mutuamente cuando hablaban de política por el solo hecho de tener opiniones y preferencias partidarias distintas.
Me he preguntado desde entonces qué es lo que explica que una sociedad tan informada como la de los Estados Unidos, con un sistema democrático aparentemente consolidado se comporte como lo ha hecho en los últimos años. No solo hizo presidente a un personaje tan extremista como Donald Trump, sino que hoy, siendo un presunto delincuente en proceso de ser juzgado por más de 90 cargos de violación a las leyes, en cuatro procesos distintos, es el aspirante que arrasa en las encuestas para ser el candidato del Partido Republicano a la Presidencia y, de lograrlo, tendría grandes posibilidades de ganar.
En el proceso de entender lo que ahí sucede, he leído artículos y libros recientes sobre el fenómeno y en varios de ellos he encontrado citas referentes a un libro que publicaron en 2018 (siendo Trump presidente) dos reconocidos politólogos de la Universidad de Harvard. Me refiero a Steven Levitsky y Daniel Ziblatt que escribieron el libro "Cómo mueren las democracias", mismo que hoy es referencia obligada en los estudios del tema. Lo leí con detenimiento y lo encontré sumamente interesante.
Cuando leí el título del libro, pero planteado en forma de pregunta, la primera respuesta que se me ocurrió fue que las democracias mueren a través de la fuerza, de la violencia, de los golpes de estado, pensando en los golpes militares que abundaron en América Latina de las décadas de los cincuenta, sesenta y setenta. Pero Levitsky y Ziblatt, comentan que ese fue el mecanismo dominante en ese tiempo para destruir sistemas democráticos, pero que hoy lo hacen por la vía electoral.
Los grandes autócratas de hoy, y algunos del ayer, llegaron al poder por la vía de las elecciones, pero una vez en el gobierno, vieron los mecanismos de contrapeso como obstáculos para gobernar y los destruyeron para luego perpetuarse en el poder. Mencionan como ejemplos de estas prácticas a Adolfo Hitler y Benito Mussolini en al Europa del período entre guerras y, más recientemente, a Vladimir Putin en Rusia, Xi Jinping en China, Viktor Orbán en Hungría, Recep Tayyip Erdogan en Turquía y varios autócratas más que cambiaron las reglas para permanecer en el poder. También mencionan casos de América Latina como Fujimori en Perú, Hugo Chávez en Venezuela, Daniel Ortega en Nicaragua, entre otros.
Desde luego la principal preocupación de los autores era lo que estaba haciendo Donald Trump en Estados Unidos en el momento que ellos escribieron el libro. Les preocupaba en particular cómo se vulneraban principios y reglas básicas de la democracia, lo mismo que las reglas no escritas que por décadas habían respetado tanto el partido demócrata como el republicano. Y eso que el libro fue escrito antes de que Trump desconociera el resultado de la elección de 2020 e incitara a sus seguidores a la toma del Capitolio.
El caso específico de Estados Unidos merece ser abordado con amplitud en otra colaboración, pero por ahora solo me interesa destacar una especie de tipología del autoritarismo que los autores proponen en el libro.
Siguiendo al politólogo alemán Juan Linz, que documentó la caída del la república de Weimar y el ascenso de Hitler en Alemania, distinguen cuatro indicadores clave para identificar el comportamiento autoritario: el rechazo o débil aceptación de las reglas del juego democrático; la negación de la legitimidad de los adversarios políticos; la tolerancia o fomento de la violencia; y la predisposición a restringir las libertades civiles de la oposición, incluida la crítica y a veces censura de los medios de comunicación.
En el primer indicador, destacan la predisposición de los autócratas a cambiar la constitución, especialmente en aspectos que tienen que ver con la reelección y las reglas del juego democrático. También resaltan el rechazo a los resultados electorales cuando les son adversos. El segundo indicador refiere a la tendencia de los autócratas a descalificar a sus adversarios políticos señalándolos a veces como elementos subversivos o como amenazas al orden constitucional, lo mismo que acusándolos de estar al servicio de un país extranjero.
El tercer indicador, refiere a que frecuentemente los autócratas tienen lazos con bandas armadas, fuerzas paramilitares, con guerrillas u otro tipo de organizaciones violentas, lo mismo que si son dados al linchamiento político de sus adversarios.
Finalmente, en torno al cuarto indicador, advierten sobre el uso de acusaciones de difamación contra los adversarios y el empleo de acciones punitivas contra ellos y, frecuentemente, también contra los medios de comunicación que no están de su lado.
De acuerdo con los autores, si se presenta uno o varios de estos indicadores, deben de ser consideradas como señales de alarma para la democracia.